Abstract: ¿Qué elegimos las mujeres para nuestra vida?, ¿cómo lo elegimos?, ¿lo hemos elegido nosotras o alguien más lo ha elegido por nosotras? Todas estas preguntas me vienen a la mente al leer esta perícopa y el tema que subyace en ella, es decir, la libertad y la capacidad de elección que ejerce la mujer mencionada en este texto. Se nos muestra una escena cotidiana susceptible de ser trasladada a cualquiera de nuestras casas o espacios. Ante la llegada de alguien especial, las respuestas más comunes ante esto son dos: atender y hacer una pausa en las actividades diarias; y, por otra, escuchar y simplemente estar. En el contexto mexicano de finales del siglo xx —según la educación que algún día yo misma recibiera—, lo correcto para recibir a alguien era atenderlo y, según recuerdo, las primeras en hacerlo debían ser las mujeres. Y es que aún hoy suponemos esto de las mujeres: está en ellas la atención a los demás, la capacidad de servir a alguien, de ayudar. Obviamente esto no es negativo. La mujer, por su condición natural, hospeda, acoge, ayuda y está siempre abierta a la solidaridad y al servicio, pero ¿es para nosotras una elección o una obligación? El texto bíblico supone esta obligación para María, una mujer hebrea del siglo I en un contexto judío de marcada desigualdad entre los sexos y para quien es impensable que, en vez de servir, se dedique solo a estar.
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